¿Salidas en Vacaciones de invierno?
La razón por la que odiaba las vacaciones de invierno antes de ser madre, y cómo se rompieron mis expectativas cuando intenté disfrutarlas con mi hija autista.
Cuando trabajaba con psicóloga en escuelas cumpliendo horario, no me gustaban las vacaciones de invierno.
Llamame loca pero no me gustaban.
Te explico.
En esa época no era madre y sentía que no tenía con quién compartirlas. Porque mi marido trabajaba en horario administrativo y no tenía vacaciones en invierno.
Deseaba tanto tener un hijo o hija para disfrutar de los típicos paseos, el cine lleno de gente, las salidas, los desayunos en la cama…
Imaginaba todo eso sola y aburrida en mi casa.
Y si salía a pasear sola o con amigas, la calle estaba llena de niños y madres, que me recordaban que yo no.
Por eso las odiaba.
Cuando tuve a Paloma me ilusioné con la idea de que ya podía reconciliarme con las vacaciones de invierno. Estaba segura que iba a empezar a disfrutarlas por fin.
Y llegó la primera oportunidad cuando ella tenía un año y 3 meses. Recuerdo que la llevé a un parque muy grande que hay cerca de donde vivíamos.
Y en el recuerdo vienen entrelazadas dos emociones: el entusiasmo de que por fin había llegado el momento, junto a la preocupación muy onda de que ella aún no caminaba.
Pensé que sería una buena oportunidad para tomarme el tiempo de estimularla, pero no funcionó. Volví al trabajo más angustiada que antes.
Al siguiente año se renovó la ilusión y con entusiasmo la llevé a otro parque. Ya caminaba. Pero tampoco estábamos disfrutando, porque andaba rápido para todos lados sin rumbo y no le interesaba ninguna propuesta para jugar juntas.
Quería enseñarle cosas, mostrarle, contarle, que experimente, pero al final del día volvía la angustia.
Año tras año se iban reduciendo las posibilidades de hacer algo con ella.
La mayoría de las propuestas para chicos no presentaban el contexto para que ella pueda disfrutar a su manera, y las otras no le interesaban.
Intenté de todo, teatro, cine, plaza, bares, paseos al aire libre, museos para niños, casa de familiares, etc.
Las posibilidades se fueron reduciendo hasta la nada. Hasta quedarnos en casa solas y aburridas. Sin poder salir a la calle porque está llena de chicos y de madres…
Al final volví al mismo punto inicial.
Esto me enseñó que las expectativas fueron las que no me dejaron disfrutar las cosas tal cual son, son las que me llevaron de vuelta al mismo punto.
Paloma, que es mi gran maestra, me mostró que hay otra forma de mirar la vida, que es solo viviendo cada momento tal cual es.
Y ¿sabés qué descubrí en esos momentos?
Que había abrazos, risas, bailes, cantos, besos, y mucho amor.
Si, no tenemos las típicas vacaciones de invierno que tienen todas las familias (y las sigo añorando) pero tenemos el estar juntos y poder expresar el amor.
PD: Por hoy te dejo porque Paloma me está abrazando y me invita a acurrucarnos en una siesta.
Aprender y crecer. Y cuando uno cree que ya aprendió, descubre que no, que todavía falta. Y entonces seguir aprendiendo. Y seguir creciendo, poquito a poco, pasito a paso, cada día un poquito más sabios. Las experiencias positivas nos gratifican y son muy necesarias. Las experiencias dolorosas nos hacen más fuertes y son imprescindibles. Gracias, Gaby y Paloma, por estar en mi vida. Las adoro y las admiro.
No aumentar expectativas pero sí alimentar el deseo porque puede darse de Mil maneras diferentes en distintos contextos y edades además siempre podemos ser otros y más los que estamos para acompañar!